Con motivo del centenario de la subida al Tourmalet en el Tour de Francia, y aprovechando que hacía años que tenía ganas de ir, nos pusimos en marcha hacia el país vecino, para ver la carrera y subir el mítico puerto.
Todo comenzó un lunes a las 7:00 de la mañana, cuando cargamos el coche con las bicis, comida y las tiendas de campaña para acampar donde se pudiese. Así que con el coche lleno de cosas, en las que ya sólo había espacio para sentarnos los dos, comenzamos la aventura. Conduciendo hasta Francia por el puerto del Portalet, ya empezábamos a ver las bonitas carreteras de montaña que nos iban a esperar. Después pasamos por el Col d’Aubisque, puerto que también iba a formar parte de una etapa del Tour. Las caravanas y los ciclistas inundaban la ascensión, lo que hacía avanzar a un ritmo bastante lento. Ante tal avalancha de gente, nos temíamos lo peor en el Tourmalet, creyendo incluso que no nos dejarían subir, ya que por este último puerto la carrera iba a pasar dos días, por lo que se esperaba más gente.
Seguimos avanzando poco a poco, parando en algún atasco debido a pintadas que estaban haciendo en la carretera con motivo de la carrera. Finalmente llegamos al Tourmalet. Desde el comienzo del puerto se veían bastantes huecos para acampar. Así que se nos acabó el miedo, e intentamos subir todo lo que pudimos. A falta de 4 kilómetros para coronar, la carretera estaba cortada, con lo que dimos la vuelta, y elegimos un sitio donde poder estar. A unos pocos metros de bajar, había un parking de caravanas enorme, y como queríamos un poco más de tranquilidad, seguimos bajando. Unos dos kilómetros más abajo nos encontramos una explanada perfecta, con un riachuelo al lado donde poder poner bebida fresca y lavarnos. Plantamos la tienda, y nos comimos un bocadillo, ya que era la hora de comer. Después de descansar un poco y con el buen tiempo que hacía, era ya hora de comenzar la ascensión del Tourmalet. Ataviados con la indumentaria ciclista, y con agua suficiente por el calor previsto, comenzamos a descender. Desde nuestra posición, teníamos 13 kilómetros para disfrutar. Con esas pendientes, en seguida cogía 50 o 60 kilómetros por hora, y aún así, no daba sensación de velocidad. De vez en cuando había que mover los brazos que se empezaban a cargar de la larga bajada, e incluso por un poco de frío que hacía bajando. Tras disfrutar de unos kilómetros muy rápidos, llegamos al comienzo de puerto en Luz-Saint-Sauveur. Una breve mentalización, y a subir. Me veía con fuerzas empezando el puerto, así que con mi bici de montaña metí el plato mediano. Carlos llevaba bici de carretera, con la que se avanza bastante más, aunque con un desarrollo más duro. Los dos íbamos al mismo ritmo, y poco a poco empezaban a caer los kilómetros. Ahora el calor era ya sofocante, y yo con calor rindo bastante menos. Iba bebiendo poco a poco, pero necesitaba echarme también agua por la cabeza para no desfallecer, había que racionarla, ya que estaba bajando a un ritmo muy rápido. El comienzo del puerto es mucho más suave que el final, pero pronto cambié al pato pequeño, y bajé a un ritmo que fuese más cómodo, porque se avanzaba muy lento. Pasamos Barèges, y ya pasamos la primera rampa durísima, era corta y pronto volvíamos a una pendiente de un 7%. El calor seguía apretando y no aparecía ninguna sombra. Llegamos a la mitad del puerto y todavía iba bien, aunque con mucho calor. Ya había alguna rampa constante del 9% que endurecía bastante la subida. Carlos se me había escapado un poco, pero gracias a una persona que me adelantó, cogí su rueda que me llevó hasta la de mi compañero. Pasamos por nuestra tienda a 6 kilómetros del alto, y de pronto había un pequeño descanso que agradecí enormemente. Ya llevábamos una hora y tres cuartos y aquello era infernal. Pero había que seguir sin bajarse de la bici para hacerlo más increíble. Ahora empezaban las curvas de herradura y a subir de verdad la carretera. De vez en cuando encontrabas a gente animándote, lo que te daba apoyo moral. Pasamos por un punto que anunciaban que te hacían una foto, así que me crecí, me hacía ilusión, pero el puesto estaba cerrado. Ya se sabe, que a partir de las 6 de la tarde, en Europa ya nadie trabaja. Tras la pequeña decepción ya quedaba poco, pero a falta de 3 kilómetros se acabó el agua. A pesar de que había bastante altura, y la temperatura había bajado, para mí, seguía haciendo mucho calor. Ya sólo quedaban dos kilómetros, pero muy duros. Rampas de más del 9%. Con la falta de agua, y todo el esfuerzo acumulado, ya la fatiga empezaba a aparecer, y empezaban a doler las piernas de verdad. En ese momento entendí los comentarios de Perico Delgado de lo que duelen las piernas subiendo puertos tan largos. Ya sólo quedaba el último kilómetro, y pasábamos del 10% en la subida. El dolor era brutal, pero el orgullo me decía que tenía que seguir. Momento en el cual, Carlos se me escapó cuando bajé el ritmo porque no podía más. Sólo me quedaba medio kilómetro, y tenía que subirlo como fuese. Los metros avanzaban lentamente, y el cuentakilómetros me decía que sólo tenía 200 metros al alto, pero yo no veía el final. Era imposible no verlo debido a la proximidad, y me temí que fuese al final más largo. 100 metros solamente, y no se veía el final. Las piernas no podían más, pero tenía que seguir subiendo a toda costa. Avancé un poco más soportando el dolor, y a falta de pocos metros por fin vi que se acababa el puerto y el cuentakilómetros tenía razón. La alegría fue máxima, tanto que incluso aceleré para llegar hasta arriba. Fueros los 200 metros más largos de mi vida, pero allí estaba, en el alto del Tourmalet, tras 19 kilómetros de subida, 1400 metros de ascensión a 2114 metros de altitud, después de dos horas y media subido en la bicicleta sin parar, y una satisfacción absoluta con lo logrado.
Allí arriba las vistas hacia los dos lados eran impresionantes. También conseguimos unas camisetas de la Français des Jeux, un equipo ciclista. Me vino muy bien, ya que estaba completamente sudado, y necesitaba algo seco para no quedarme frío en la bajada. Ya sólo nos quedaban 6 kilómetros de bajada hasta la tienda, pero con el cansancio, la bajada era difícil disfrutarla como la bajada anterior.
Cuando llegamos, tras descansar y lavarnos en el riachuelo, celebramos nuestro triunfo con una cerveza. Nos lo habíamos merecido.